Por una de esas bendiciones que me tocan raras veces, la materfamilias se fue a mardel en una combi del rectorado. La pequeña exultante, piel tersa, radiante (oleadas de jovialidad envuelven los costados de las personas que se le acercan) me avisa que tiene una fiesta, que vuelve a las 4 de la mañana. La miro fijo durante un instante; me desplazo hacia las dos películas en dvd pegadas a una bolsa de pochoclos dulces y le advierto: ponéte el celular en el bolsillo y chequeálo de vez en cuando, dame la dirección de la fiesta y te lo digo claramente, si no atendés el teléfono te juro que te voy a buscar en pijamas. Suelta un pequeña sonrisa parecida a un soplido a través de un embudo. Chequeo mi messenger; 3 contactos on line de los cuales uno, soy yo. Chequea su messenger; 42 on line. Nadie dice nada y yo me acuerdo que en el freezer todavía queda una prepizza elaborada con mis propias manos y un envase con un polvo al que se le agregan 300 centímetros cúbicos de agua para luego amasar el tiempo necesario hasta que cae de maduro que ya está lista para oflar.
La pequeña me sigue a la cocina en un intento de mitigar algún tipo de lejana culpa que le haya podido aparecer y me cuenta, mientras yo pellizco pedacitos de queso por salut, que nuestra sobrina de 2 años le habla a la nada cada vez que la bañan. Le contesto, mientras proceso tomates naturales (porque me olvidé la salsa en el súper) que la abuela de la niña (que casualmente es mi tocaya y esa casualidad es la única razón que me hace pensar que en su juventud va a padecer batallas sangrientas con su madre) goza de una mórbida atracción hacia las situaciones sobrenaturales; después también le pido que tenga piedad o aunque sea un poco de consideración y que no me haga tocar temas fantasmales en el medio de una horneada de pizza, una bolsa de pochoclos y una inminente soledad de 3 horas en una casa chorizo. Intenta chamuyarme proponiéndome que vayamos a ver una de las películas hasta que la pasen a buscar; yo sonrío con aires de seudo-orfandad y acepto; estoy adiestrada. Como se siente mal, me halaga en cosas que sabe (y eso la hace sentir más chanta todavía) que no me halagaría un domingo al mediodía cuando ya no necesite mi venia para irse de joda; ¡qué rica la pizza! Me dice, y después me mira y adosa un: "si querés no voy". Yo me seco las manos aceitosas por la calabresa y contesto con la fórmula: "no boluda, andá nomás, no te vas a quedar por mí", albergando una lánguida esperanza en algún vericueto de su voluntad, espumosa y translúcida; acepta mi respuesta sin reparos.