1- Comedor que da a la avenida. Sobre un sillón blanco a la izquierda del teléfono, blanco también.
2- Renault 11 lleno de tierra, por dentro y por fuera. No se puede escuchar música. Tiene jaquecas agúdas y una inmensa antena postiza sobre el capot para las comunicaciones con el campo.
3- Heladería de la plaza Independencia. Navidad de 1984, once de la noche.
4- Pileta de cemento pintado de celeste. Yo en la terraza. Seis de la tarde. Vapor sobre el viento. Él dentro de la pileta besando a su esposa.
5- Bar de un hotel con pisos gélidos. Sofás de cuero negro. Actrices de la televisión de Buenos Aires cruzan el lobby hasta el solarium. Miro a través de los vidrios tan prístinos que casi ni existen. Me pide que no llore. Suplica.
6- Camioneta con amortiguadores inútiles. Los sesos golpean en el cráneo y rebotan en la nuca. Sol estridente. Pozos, cráteres, tierra seca, espejismos. Quiero volver a mi casa pero estamos completamente solos en medio del cañaveral.
7- Bar del centro. Viernes. Nueve y diez de la noche. Me espera en una mesa situada en el medio del lugar más iluminado y rodeado de otras mesas llenas de gente. Conozco el pavor del que tanto había hablado. Lo siento sobrevolando los pelos de mi cuerpo entero. Me acaricia el agua de las axilas. Inclino la cabeza sobre mis manos entrelazadas y lloro delante de todo el mundo.
8- Ventana que da a la avenida. Dos metros por uno y medio. Miro para las dos esquinas, alterno con un vistazo al teléfono ubicado a la par del sillón tapizado con flores rococó. Sábado. Todas las veredas están mojadas. Cuando llegue le voy a pedir que me lleve a Avenida Musical, quiero comprarme el cassette donde está La Isla Bonita, pienso.
9- Camioneta plateada. Calle José Colombres. Verano. Me pide que me baje. Me exige.
10- Despacho rectangular. Flamante biblioteca, elegante, imponente, impecable, patotera. Dos escritorios. Un aire acondionado en 15 grados me congela los dedos con los que escribo en una computadora vieja cosas que él me dicta con genuina soberbia y total negligencia.
11- Zaguán hondo y fresco. Piso encerado. Calcomanía de la virgen maría: somos católicos, la santísima virgen cuida de este hogar. Rompe un papel que yo había escrito, los pone sobre la palma de una mano, camina hacia el cordón de la vereda, abre la mano y suelta los pedazos en el agua que corre. Domingo nublado. Siete de la tarde.
24 de agosto de 2008
13 de agosto de 2008
los seis grados de separación son mentira pura
La playa de estacionamiento que ocupa media manzana está cubierta de olor a chicle de fruta. Las sensaciones del olfato que más le perturban; le hacen perder el equilibrio mental; le provocan un ascendente pavor por la médula espinal. Asco macizo. Una columna indestructible de asco puro.
Odia los días a medias. De mañana calor subtropical. De noche leve frío, molesto como la llovizna (sea verano o invierno, la estación que prefieras). Tucumán suele ser un poco más simple: calor entero, frío entero.
Quién habrá sido el hijo de puta que se compró un chicle "tutti fruti". Odia a la Humanidad. Desprecia el cielo; ese, y todos los otros arriba de ese mismo que está mirando. No puede oír por los auriculares, pero ve las luces de un auto rojo que se proyectan desde su espalda y se abren como un abanico sobre toda la playa. A lo largo del estacionamiento se extiende una pared alambrada y con púas.
Se imagina en una carcel de máxima seguridad en España. ¿Por qué en España?.
Tiene que avanzar tajeando la estela de chicle rosa. El frío pequeño como una hilera microscópica que returce los cuellos cuando tenemos pesadillas. Se mete en las fosas nasales y congela el olor a goma de mascar como dice en los envoltorios de los productos de exportación.
Hay dos verdades: la realidad y la ficción. Las dos son posibles; sumamente asibles.
La realidad deambula en mi cerebro, hace viento, deja huellas de velocidad, se retuerce como la hilera microscópica. La ficción se despega de la realidad, no por completo, sino apenas, sólo como para rellenar el deseo que no se encuentra o destruir algún pasaje real que no se quiere recordar. Los rudimentos de una idea que da vueltas; un lazo que une la realidad y la ficción y por momentos las convierte en intercambiables .
Odia los días a medias. De mañana calor subtropical. De noche leve frío, molesto como la llovizna (sea verano o invierno, la estación que prefieras). Tucumán suele ser un poco más simple: calor entero, frío entero.
Quién habrá sido el hijo de puta que se compró un chicle "tutti fruti". Odia a la Humanidad. Desprecia el cielo; ese, y todos los otros arriba de ese mismo que está mirando. No puede oír por los auriculares, pero ve las luces de un auto rojo que se proyectan desde su espalda y se abren como un abanico sobre toda la playa. A lo largo del estacionamiento se extiende una pared alambrada y con púas.
Se imagina en una carcel de máxima seguridad en España. ¿Por qué en España?.
Tiene que avanzar tajeando la estela de chicle rosa. El frío pequeño como una hilera microscópica que returce los cuellos cuando tenemos pesadillas. Se mete en las fosas nasales y congela el olor a goma de mascar como dice en los envoltorios de los productos de exportación.
Hay dos verdades: la realidad y la ficción. Las dos son posibles; sumamente asibles.
La realidad deambula en mi cerebro, hace viento, deja huellas de velocidad, se retuerce como la hilera microscópica. La ficción se despega de la realidad, no por completo, sino apenas, sólo como para rellenar el deseo que no se encuentra o destruir algún pasaje real que no se quiere recordar. Los rudimentos de una idea que da vueltas; un lazo que une la realidad y la ficción y por momentos las convierte en intercambiables .
6 de agosto de 2008
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