9 de noviembre de 2008

locuela

Haber alzado el revólver (irrefutablemente inútil para el logro de su cometido) no ha sido verdaderamente lo que terminó por generarme pavor y desenfreno; sino más bien, mi auto teatro estéril para nadie en particlar. Yo sobre una escalera buscando una valija; nadie en el cuarto, ni un ruido en el patio, quizás al fondo (y si hubiera prestado atención) hubiera oído algún tipo de viento sobre la enredadera. Nadie en la casa. Absolutamente sola, en una especie de soledad que concibe nada más que travesuras. La soledad me devuelve un silencio especial, más tarde me produce una congoja parecida al abandono (más cercano a un ritual "twiddling" que a un abandono fehaciente) y luego, al fin, me lanza a la curiosidad. Busqué una valija, no para guardar ropa, sí para llevar libros; y como cada vez que se va en busca deliberada de un objeto en especial se termina encontrando lo inesperado, yo me encontré ese revólver erosionado por las humedades y el reposo. Me acordé de encaracolado apuntando a la oscuridad un instante y quise emular. Quise apuntar a la ausencia un instante y pensé en eso de apuntar instantes y como apuntar no sólo significa asestar sino también señalar, pretender, ambicionar, remendar o zurcir; toqué el peso sobre una mano y no pude (como no puedo nunca, en nada) rechazar la mezcla de terror y placer; volví a recordar la escena de encaracolado y tapé el caño con la mano. Después me aburrí. Nadie pudo ni sospechar de la existencia de la escena, ni estar cerca, ni dudar, ni oír absolutamente nada.
He rumiado meses enteros, he sido locuaz y perseverante en los discursos engorrosos, he hablado hasta el cansancio de la misma mierda, día tras día; me he agobiado, he sustituído faltas con potenciales rellenos que luego se desdoblan en más falta. He elucubrado a chorros durante meses, cómo iba a ser el momento en que me descubran; lo he detallado, lo he perfecccionado, lo he desarmado y lo volví a construir en reverso tratando de hacer algo un poco más amable o negociable. Ni ensayando todas las causas y los motivos más asfixiantes, ni mintiendo hasta el fondo, ni escapando obscenamente, he logrado volcarme tanto patetismo encima como con el auto teatro.

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