No sé quién sos, ni sobre tus gustos, si como mascotas: los perros o los gatos, si en verano es mejor el mar o las montañas. Elecciones así tan simples, que uno contesta con automaticidad, aunque a veces no debiera serlo, pero lo es.
Quizás helado para el postre o sólo café y un cigarrillo. Fumarás?. Por lo poco que sé estoy segura que no, que alguna vez probaste para sacarte la duda pero no te gustó. Por lo tanto no sé casi nada, por ahí pude cazar alguna que otra película que tenemos en común, uno que otro libro, no podría citarlos, ni me acuerdo, o sí, pero mejor el misterio. No sé si preferís que te regalen dulces o te lleven a comer salado o qué música te encanta, porque quizás sí hablamos de música pero no sé qué música te saca del vacío que a uno le agarra a veces. Ni qué te pone triste por ejemplo, en cambio quizás sepa qué es lo que te hace reír, yo te hago reír, a veces te hago tentar, pero no sé cuántas personas mas logran lo que yo, tal vez tenés la risa fácil entonces no sería un punto a mi favor el hecho de que te rías a menudo de las cosas que te digo, o tal vez no y entonces en el fondo me sentiría halagada por mis dotes para con vos.
La cuestión es que me pasa desde hace un tiempo y no lo puedo evitar pero tampoco hago mucho para espantar estas ideas odiosas que se me cruzan, aunque además no quiero decir mucho porque cuando uno escribe se expone, quizás menos que decirlo de frente a los ojos con cara con postura con voluntad de estar diciendo algo que no se puede romper ni borrar ni esconder. A pesar de todo eso, escribir es escribir, será menos valiente y mas cobarde pero también es una forma de decírselo a uno mismo aunque después al borrarlo nos hagamos los desentendidos. Estúpidos. Como sea que lo diga, ésta idea me trastorna, me martiriza a la mañana cuando me levanto. Trato de diluirla para no pretender extinguirla, es imposible. Además se ríe de mí desde adentro de un oído o desde atrás de uno de mis ojos, el derecho me duele últimamente.
La tengo todo el día incubando. Por momentos se apacigua pero no tarda en volver potenciada en al menos un treinta por ciento mas de revoluciones que la hora anterior, luego vuelve a calmarse una hora y a la siguiente se multiplica en otro treinta por ciento mas hasta que alrededor de las once de la noche de alguno, cualquiera, de mis días, ya este cuerpo se mira en el espejo mientras pasa con una bandeja con restos de comida que acaba de devorar o se refleja en algún pasillo caminando con las llaves en la mano a punto de abrir la puerta para volver a mirarme en el espejo de la entrada esta cara en este cuerpo que contiene en alguna parte una ridícula idea que me desborda.
Me quedo en el patio mirando el cielo que está impredecible, entre colorado y blanco con nubes indefinidas que podrían desaparecer o podrían hacer llover, finalmente lo segundo, sólo levanta vapor y finaliza.
Me encantaría buscarte, pero tampoco sé dónde vivís, ni qué cosas hacés habitualmente a las once, once y media de la noche. Dormirás, verás televisión, te gustará la tele o no, tendrás pareja o qué. Yo ya lo sé, exactamente mi amor está destinado a la payasada. No te conozco, y lo poco que voy recolectando son minúsculos datos poco precisos e intercambiables porque quizás esa película ya no te interesa tanto y del libro ni rastros, ni intenciones de volver a inspeccionar si sigue en el mismo lugar donde lo habías dejado. Así transcurre mi semana. Llega el viernes o el sábado y me pregunto si saldrás como estila hacer la mayoría de la gente. A veces tengo una pequeña fantasía de encontrarte de frente, de shockearnos y seguir cada uno nuestras direcciones. Sé de qué manera reaccionaría, lo sé meticulosamente. Me prendería un cigarrillo, seguiría la charla con naturalidad y como me temblarían las piernas entonces buscaría reírme a carcajadas de cualquier gansada que esté hablando con mis amigas para disimularlo. Te buscaría sin mover ni un músculo, de reojo, vigilaría mientras elevo la cabeza para expirar el humo o me doy la vuelta para saludar a alguien que me toque la espalda. Mientras la ideíta eléctrica me carcome el cuero cabelludo hasta quererlo arrancar de la impotencia porque no te acercarías a mí aunque te mueras de ganas, porque esa es nuestra función secreta. Mantener y fagocitar una monstruosa idea que nos castiga con tanto deseo insatisfecho, nos persigue, nos une hasta unos sesenta centímetros de distancia, qué sé yo, pero no nos hace tocarnos. Nos rondamos, caminamos a veces, muchas veces sobre idénticos perímetros, nos acecha la misma perversa necesidad, pero no nos chocamos. Estamos en el deseo constante, electrificados, pero no torcemos este destino fatal, lo sobrevolamos y lo bordeamos con obediencia admirable, como al menos yo, jamás obedecí.
La primera regla y la única, la maldita. No saber casi nada uno del otro. Detalles insignificantes. Alguna que otra conclusión fácilmente modificable. Esta tierra ajena. Esta constante ignorancia que no hace mas que llevarme a la demencia. La ideíta apoderándose de mí en porcentajes que crecen con una velocidad insoportable.
Quizás helado para el postre o sólo café y un cigarrillo. Fumarás?. Por lo poco que sé estoy segura que no, que alguna vez probaste para sacarte la duda pero no te gustó. Por lo tanto no sé casi nada, por ahí pude cazar alguna que otra película que tenemos en común, uno que otro libro, no podría citarlos, ni me acuerdo, o sí, pero mejor el misterio. No sé si preferís que te regalen dulces o te lleven a comer salado o qué música te encanta, porque quizás sí hablamos de música pero no sé qué música te saca del vacío que a uno le agarra a veces. Ni qué te pone triste por ejemplo, en cambio quizás sepa qué es lo que te hace reír, yo te hago reír, a veces te hago tentar, pero no sé cuántas personas mas logran lo que yo, tal vez tenés la risa fácil entonces no sería un punto a mi favor el hecho de que te rías a menudo de las cosas que te digo, o tal vez no y entonces en el fondo me sentiría halagada por mis dotes para con vos.
La cuestión es que me pasa desde hace un tiempo y no lo puedo evitar pero tampoco hago mucho para espantar estas ideas odiosas que se me cruzan, aunque además no quiero decir mucho porque cuando uno escribe se expone, quizás menos que decirlo de frente a los ojos con cara con postura con voluntad de estar diciendo algo que no se puede romper ni borrar ni esconder. A pesar de todo eso, escribir es escribir, será menos valiente y mas cobarde pero también es una forma de decírselo a uno mismo aunque después al borrarlo nos hagamos los desentendidos. Estúpidos. Como sea que lo diga, ésta idea me trastorna, me martiriza a la mañana cuando me levanto. Trato de diluirla para no pretender extinguirla, es imposible. Además se ríe de mí desde adentro de un oído o desde atrás de uno de mis ojos, el derecho me duele últimamente.
La tengo todo el día incubando. Por momentos se apacigua pero no tarda en volver potenciada en al menos un treinta por ciento mas de revoluciones que la hora anterior, luego vuelve a calmarse una hora y a la siguiente se multiplica en otro treinta por ciento mas hasta que alrededor de las once de la noche de alguno, cualquiera, de mis días, ya este cuerpo se mira en el espejo mientras pasa con una bandeja con restos de comida que acaba de devorar o se refleja en algún pasillo caminando con las llaves en la mano a punto de abrir la puerta para volver a mirarme en el espejo de la entrada esta cara en este cuerpo que contiene en alguna parte una ridícula idea que me desborda.
Me quedo en el patio mirando el cielo que está impredecible, entre colorado y blanco con nubes indefinidas que podrían desaparecer o podrían hacer llover, finalmente lo segundo, sólo levanta vapor y finaliza.
Me encantaría buscarte, pero tampoco sé dónde vivís, ni qué cosas hacés habitualmente a las once, once y media de la noche. Dormirás, verás televisión, te gustará la tele o no, tendrás pareja o qué. Yo ya lo sé, exactamente mi amor está destinado a la payasada. No te conozco, y lo poco que voy recolectando son minúsculos datos poco precisos e intercambiables porque quizás esa película ya no te interesa tanto y del libro ni rastros, ni intenciones de volver a inspeccionar si sigue en el mismo lugar donde lo habías dejado. Así transcurre mi semana. Llega el viernes o el sábado y me pregunto si saldrás como estila hacer la mayoría de la gente. A veces tengo una pequeña fantasía de encontrarte de frente, de shockearnos y seguir cada uno nuestras direcciones. Sé de qué manera reaccionaría, lo sé meticulosamente. Me prendería un cigarrillo, seguiría la charla con naturalidad y como me temblarían las piernas entonces buscaría reírme a carcajadas de cualquier gansada que esté hablando con mis amigas para disimularlo. Te buscaría sin mover ni un músculo, de reojo, vigilaría mientras elevo la cabeza para expirar el humo o me doy la vuelta para saludar a alguien que me toque la espalda. Mientras la ideíta eléctrica me carcome el cuero cabelludo hasta quererlo arrancar de la impotencia porque no te acercarías a mí aunque te mueras de ganas, porque esa es nuestra función secreta. Mantener y fagocitar una monstruosa idea que nos castiga con tanto deseo insatisfecho, nos persigue, nos une hasta unos sesenta centímetros de distancia, qué sé yo, pero no nos hace tocarnos. Nos rondamos, caminamos a veces, muchas veces sobre idénticos perímetros, nos acecha la misma perversa necesidad, pero no nos chocamos. Estamos en el deseo constante, electrificados, pero no torcemos este destino fatal, lo sobrevolamos y lo bordeamos con obediencia admirable, como al menos yo, jamás obedecí.
La primera regla y la única, la maldita. No saber casi nada uno del otro. Detalles insignificantes. Alguna que otra conclusión fácilmente modificable. Esta tierra ajena. Esta constante ignorancia que no hace mas que llevarme a la demencia. La ideíta apoderándose de mí en porcentajes que crecen con una velocidad insoportable.
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