22 de marzo de 2008



Yo no sé dónde está la fuerza extraviada.
A veces pienso que se debe al desgaste de las histerias acumuladas que no dejan más nada que todo esto. Esto. También podría generarse en esas dos o tres decisiones erradas que tomé instantaneamente en momentos donde no hay lugar para las dudas. O por la lluvia que me cansa los músculos. Ciertos personajes que me interceptaron, que yo intercepté súbitamente, haciéndome tartamudear en medio de una mesa de exámen.
Estas palabras me arrojaron a oscuras, hace quince minutos, dentro del taxi que tomé en el centro porque estoy cansada como para caminar. Exhausta y salpicada por una llovizna ácida de temporal, volví a casa con el libro que dije que iba a comprar cuando salí hace tres horas y media.
¿Qué será eso de la fuerza disuelta como una desaparición instantánea? Un día al despertar, los brazos duelen y las piernas están entumecidas. Como un débito que alguien se cobra o algo del pasado que no tiene explicación. Ver a mi abuela, la insufrible, sobre una camilla deslizándose a metros de mi silla. Despertar perturbada en medio de la noche y mirar en negro con los ojos entreabiertos sin comprender muy bien cuál es el lugar y cómo es el silencio que continúa la hondura de la pesadilla que no termina de esfumarse. ¿Qué es este cansancio? Lo que hay de puntual en el agotamiento, en la insistencia sobre un infinito que no va a darme más de lo que pudo ser capáz de darme.
No fui lo suficientemente atrevida como para hacer una llamada teléfonica por temor a que la pantalla del otro celular muestre mi nombre y nadie atienda.
Esta noche me esperan en un bar aburrido para festejar un cumpleaños aburrido con gente que comprende exactamente que hay reuniones como estas a las que nadie debiera asistir. No sería justo, a esta altura de las cosas, el hecho de tener que mezclarnos como si nada en absoluto sucediera de verdad. Sin embargo la cita es a las once y los invitados llegarán como a las once y media con un poco de agua sobre el pelo y se abrazarán (y nos abrazaremos) y diremos esas cosas que se dicen para comprobar que aun seguimos queriéndonos como en la secundaria. Nada de eso ha quedado y es inevitable no sentirnos mezclados entre los gritos y la música funcional. Iremos al baño de a uno y nos miraremos al espejo con desdén. Personalmente me dan asco las bachas de los baños de bar y los inodoros salpicados me hacen pensar que puedo absorver enfermedades por los genitales.
Si me preguntaran algo en este momento diría que el antídoto ideal es la evaporación. Como un proceso natural y efervescente desintegrando todas y cada una de las partículas que me forman.

2 comentarios:

theremin dijo...

Tiene mucho que ver con el desgaste de las histerias acumuladas, exactamente.

No sufras corazón.
Ya te dije.

Es el fin de una era.

Anónimo dijo...

...lo q nos mata es la indiferencia y el aburrimiento,cito a Irving Welsh,quien cita a Iggy Pop con esta frase en Extasis,saludos!