Amo a Orlando Gomb

Le dije que ultimamente reconozco en mí actitudes que jamás tuve. Anoche le pegué una patada al ventilador y me rebané dos dedos con las aletas. Él se preocupó sólo porque iba a sudar toda la noche y yo le dije: y sudá, demostrá, sacá afuera toda la grasa negra de odio que te carcome.
Se me acercó, penetrante, y con la punta de la nariz rozando la mía, me dijo: mas vale que le pongamos onda, porque no tengo problema alguno en llevarte de regreso a tu casa. No le contesté nada, hice silencio, fue sorprendente pero logré callarme. Me encerré en el baño para intentar curarme los dedos, él me vaticinaba desde afuera que al otro día no iba a poder pisar, que el dedo gordo es esencial para el equilibrio y que me tranquilice. Yo le respondí que necesitaba ir a un sanatorio, a una guardia, a alguien que me cure con conocimiento de causa. Él se negó rotundamente, con frialdad y desapego, dijo: no, estamos drogados, no podemos ir a un hospital, ¿no te das cuenta?. Bueno pero me arde mucho, siento que algo está por salir de ahí, de entre el líquido linfatico y la sangre, algo como dos antenas de una hormiga atontada y apelmazada, le describía quejándome, rogándole me asista. Él hacía dibujos con el índice sobre el vidrio ahumado mientras fumaba con la otra mano y me daba indicaciones.
Mi amor, dijo, podríamos evitar tantas cosas. Vos sabés cuán justo y verdadero es lo que estoy diciendo. Podríamos incluso congelar segmentos de tiempo con sólo quedarnos callados en el momento clave. Yo quisiera estar tirado en la cama con el ventilador en potencia 4, escuchando radio enla oscuridad y sin embargo estoy completamente transpirado observándote deforme sobre un charco de sangre, a través del vidrio ahumado del baño.
Mi amor, me dijo, no hace falta patear ventiladores para demostrarme que estás harta.