10 de abril de 2007

Mi Derecho-Boxeador

Todavía no comprendo si la tos fue un radiante vaticinio o una reacción psicosomática a mi encuentro contigo.
Todo se activa cuando aparece un cosquilleo como de agujitas arañando la garganta. Pinchan, trazan, garabatean detrás de la campanilla logrando la irrupción de la inoportuna tos. Tos. Tos. Pausa. Pretendo cerrar la boca y me sube una especie de arcada que me abre la boca de nuevo y tos, tos, pausa. Provoco en mis compañeros un ataque de risa feroz. Es evidente que tengo un ataque de tos y en segundos se me empapa la cara de lagrimas. Yo, remadora, intento detener el ataque, en vano, porque me tiento y debo parecer un monstruito con los ojos eyectados en sangre bañado en lagrimas y el cuerpo empapado en transpiración que seguramente se me confunde con las lagrimas y las carcajadas. Las mías, las de mis compañeros, las de toda el aula. En el ademán de chica estúpida que se tienta en medio de una clase, me despeino el flequillo, siento que progresivamente se me va mojando toda la remera, que debo tener la cara roja, hinchada por la falta de aire, mis compañeros me ofrecen un caramelo, quiero decir no con el dedo y me vuelvo a despeinar el flequillo. Estamos sentados al final. Típica elección de los malitos del curso que se sientan atrás para escupir y reirse de las preguntas de los salames de adelante. Pero en esa posición, la salame era yo con el ataque espasmo abriéndome paso con la cara llena de lagrimas y la tos, tos, pausa.
Logré salir y solté toda la tos como si abriera una bolsa con gatos. Me puse detrás de un cartel y tosí como una infectada hasta que me salieron mocos y tuve miedo que los demás me hayan visto en plena escena. Me limpié con velocidad de mago mientras sentía el modo perverso en que el sudor se mezclaba con las lagrimas forzadas.
Entonces me sequé la cara con las manos transpiradas, me peiné las entradas y las cejas de memoria, mis compañeros me observaban con piedad y sumaban su lastima con la mía propia hasta hacerme explotar en el reflejo de una ventana. Una petisita panzona con mala postura cervical, nariz de punta ligeramente caída, remera naranja, zapatillas verdes y pantalón ancho para disimular el kilaje a cuestas. Mirar alrededor fue el desvanecimiento total que me dejó allá abajo como una mancha pegajosa derramada al azar. Mis compañeras todas mas altas y señoritas, secas, sobre todo, secas, caminaban por el mismo pasillo que yo caminaba como una mancha pegajosa.
Y ahí fue que te encontré. Claro, no fue psicosomático fue un vaticinio fatal aquel ataque espasmódico de tos. Ahí estabas acomodándote la mochila. Tan proporcionado en todas tus formas, cada músculo hinchado a la perfección y el pelo corte patovica militar.
Mi boxeador preferido. Equilibrado como una de esas piolas con las que entrena. Tez oscura que te hace renegar y a mí me parece una tonalidad espléndida para tu piel. Tu piel y tu barba afeitada al estilo del negro de Brigada A. Todo en vos es armonioso. Tu altura, tu naricita, tu pene, me acuerdo de él, ay! no puedo. Tan desnudo y tan duro confesándome al oído que te quedarías todo el día adentro mío. Te acomodabas la mochila y yo, la mancha pegajosa, llena de mocos y de olor a transpiración se acercaba a vos queriendo evadirte pero ya era imposible, el pasillo, vos y la mancha. Te extrañé, es duro decirlo. A tu dulzura y a tu pene y tu risita picarita. Yo, la mancha pegajosa y él, mi Derecho- Boxeador. Yo me siento una vieja barbuda, una vieja mancha barbuda. Me habla de derecho, a mi me importa un carajo el derecho y de repente erosiona la palabra “mi novia”. No me animo a preguntarle si volvió con la loca que no tenía amigas y lo psicopateaba por eso el iba a terapia, menos me animo a saber que después de dejarme decidió enseriarse y rehacer su psicopateada vida con una hija de puta nueva que ya recibió el trabajo hecho por mí que me tuve que aguantar horas y horas de ardiente verano escuchando sus paranoias amorosas. Me habla y yo pienso si será su vieja novia que tenía bajo vientre y mucha, demasiada mala onda. Corta su discurso de no sé qué para decirme: “ah, pero estás hecha mierda en serio, te tomaste algo ya?”. Le digo que sí, mientras me trago los mocos y pienso dónde quedó la chica que se desnudaba en los telos a cualquier hora y tenía espasmos y sudaba de placer.
Nos despedimos. Yo evito que se me acerque mucho, debo tener olor.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

ey ey!!!!
como le baila!
sutil el texto jaaaa


mis saludos desde la reclusion

Dalai irma dijo...

tan sutil como un boxeador

Farber dijo...

Entonces golpea
dale duro Dana
Golpea
golpea
ponte los guantes y...
golpea
hasta que la sangre recorra sus labios