29 de abril de 2008
...mi vida no es un supermercado, no se trata de hacer un cuadro comparativo con ventajas y desventajas, debe y haber, saldo, neto, regla de tres simple; las tramas hacen estragos y las listas rápidamente caen incendiadas ante mí, en un bar, en la calle, en medio de la noche, en mi cama cabeza en la almohada, (la gente siempre vuelve)los demás se van cuando quieren y vuelven sin planearlo, una nota, un mensaje, un llamado, una impericia del destino; las cosas se quiebran, se desaparecen, pierden la intensidad, los aromas, las canciones que escuchaba el invierno pasado esperando algo que nunca vino, las personas enojan, se ofenden; yo me indigno, me voy, me paralizo, no sé qué tengo que contestar, corto, busco tono, sintonizo, llamo, titubeo, me largo a hablar, no paro, después ya no tengo más nada para decir pero espero algo, siempre al final, espero algo...
22 de abril de 2008
guiño-pestañeo-cierro los ojos
"El/la con quien puedo hablar del ser amado es el/la que lo ama en la misma medida que yo, como yo, mi simétrico, mi rival, mi oponente (la rivalidad es una cuestión de lugar). Puedo entonces finalmente comentar al otro con quien se reconoce; se produce una igualdad de saber, un goce de inclusión; en ese comentario ni se aleja ni se desmenuza al objeto; permanece inserto en el discurso dual, protegido por él. Coincido al mismo tiempo con la Imágen y con ese segundo espejo que refleja lo que soy (en el rostro rival leo mis miedos, mis celos). Palabrería agitada, suspendidos todos los celos, en torno de ese ausente del que dos miradas convergentes refuerzan su naturaleza objetiva: nos libramos a una experiencia rigurosa, lograda, puesto que hay dos observadores y ambas observaciones se hacen en las mismas condiciones: el objeto es probado: descubro que tengo razón (de estar feliz, de estar herido, de estar inquieto)"
de: Connivencia.
Fragmentos de un discurso amoroso, Roland Barthes.
"El/la con quien puedo hablar del ser amado es el/la que lo ama en la misma medida que yo, como yo, mi simétrico, mi rival, mi oponente (la rivalidad es una cuestión de lugar). Puedo entonces finalmente comentar al otro con quien se reconoce; se produce una igualdad de saber, un goce de inclusión; en ese comentario ni se aleja ni se desmenuza al objeto; permanece inserto en el discurso dual, protegido por él. Coincido al mismo tiempo con la Imágen y con ese segundo espejo que refleja lo que soy (en el rostro rival leo mis miedos, mis celos). Palabrería agitada, suspendidos todos los celos, en torno de ese ausente del que dos miradas convergentes refuerzan su naturaleza objetiva: nos libramos a una experiencia rigurosa, lograda, puesto que hay dos observadores y ambas observaciones se hacen en las mismas condiciones: el objeto es probado: descubro que tengo razón (de estar feliz, de estar herido, de estar inquieto)"
de: Connivencia.
Fragmentos de un discurso amoroso, Roland Barthes.
16 de abril de 2008
estoy tirado
a veces me pregunto por qué razón el malentendido se interpone entre uno y otro, entre lo que uno quiere decir y lo que el otro recibe, o entre lo que uno quiere decir y lo que uno dice, que seguramente no es lo mismo y que además será también malinterpretado por el otro. entonces es cuando se encienden los demonios y se avivan las aguas y lo que en un principio eran unas palabras de aliento se vuelven un serrucho asesino que corta la garganta justo por las cuerdas vocales. Si digo "te ayudo" quiero decir eso, que voy a brindarte mi ayuda , no que "te ayuno" y menos que "te anulo", aunque de todas formas vos con seguridad interpretarías que no quiero ayudarte pero que te digo "te ayudo" porque no me la banco para sostener lo que pienso ni menos lo que digo. si empiezo a pensar lo que pienso, te juro que podría dejar más en claro lo que estoy diciendo, pero no me parece que eso vaya a ocurrir. pensar lo que pienso podría llevarme a ese lugar al que jamás quisiera llegar, a develar eso que me hace soñar todas las noches desde hace una semana que mato a alguien de una pedrada y que todos me buscan para lincharme. yo me escondo en los recovecos de la ciudad, en los pasillos ocultos de las galerías del centro, en esos rincones donde nadie limpia, pero sioempre acaban por hallarme. me tiran de las orejas y me ponen un lazo al cuello. En el momento en que quitan la silla y el lazo aprieta mi cuello, es cuando despierto. y me pregunto: por qué torcésme de ese modo?
14 de abril de 2008
एल त्रदुक्टोर मी त्रदुस एल तितुलो अल अरबे
El puto traductor me traduce el título al árabe o no sé qué idioma, este texto se llama: Boléame
Mientras me apoyo en la bacha de la cocina a mirar la pileta de acero inoxidable, y entre que abro la canilla para tomar un trago de agua que me haga pasar la pastilla, me digo a mí misma: ¿cuál es la necesidad de todo esto?, si podemos ser menos complicados, si todavía por suerte existen las hosterías en san pedro de colalao donde llegar una tarde de miércoles y caminar sobre el pasto húmedo por la escarcha. El frío debe erosionar, debe estar que arde, muchas colchas y una televisión, el balcón hacía la montaña, los sapos saltando por debajo del cantero, los sonidos lentos de algún caballo recorriendo un sendero lateral cerca de la cancha de tenis vacía. Si todavía es posible pasar la tarde arropada al borde de la pileta de natación helada, en una reposera con un libro, comiendo alfajores y fumando. Aliarse a la tranquilidad de los pocos empleados del lugar que preparan el restaurant para la cena, los sonidos de los cubiertos en el primer piso, un teléfono, un fax, mi celular sin señal. Las mucamas cambiarán mis sábanas sin necesidad, aplicarán desodorante de ambiente (huelen siempre a un aire de alfombra de hotel)desinfectarán el inodoro y el bidet y depositarán a los pies de la cama, tres toallas de distinto tamaño con perfume a enjuague de lavandería. Veré cómo se va la luz y oscurece el agua de la pileta, cómo me carcome el viento los oídos, y las luces que se van prendiendo en las ventanas y en el lobby de madera. El silencio del campo me invadirá sobre el parque inmenso hasta hacerme levantar de la reposera y caminar por un sendero de piedras entre los grillos y las usapucas pensado qué voy a pedir para comer. Luego caminar el pasillo de mosaicos rojos pasando puertas y números de cuartos (en algunos se oye la televisión) hasta encontrar el que me pertenece, abrir la puerta y hacer un paneo del orden y la pulcritud generalizada, ver a través del balcón por última vez la noche y desembocar dentro de la cama con las medias de llama y el televisor en volúmen bajo programado para apagarse en sesenta minutos.
Trago la pastilla bajo el fluorescente de la cocina. Nico llega en diez minutos a estudiar, el teléfono suena, mi padre llama insistente, el timbre repica. Me sigo preguntando dónde radica el placer de aguantar todo esto.
Mientras me apoyo en la bacha de la cocina a mirar la pileta de acero inoxidable, y entre que abro la canilla para tomar un trago de agua que me haga pasar la pastilla, me digo a mí misma: ¿cuál es la necesidad de todo esto?, si podemos ser menos complicados, si todavía por suerte existen las hosterías en san pedro de colalao donde llegar una tarde de miércoles y caminar sobre el pasto húmedo por la escarcha. El frío debe erosionar, debe estar que arde, muchas colchas y una televisión, el balcón hacía la montaña, los sapos saltando por debajo del cantero, los sonidos lentos de algún caballo recorriendo un sendero lateral cerca de la cancha de tenis vacía. Si todavía es posible pasar la tarde arropada al borde de la pileta de natación helada, en una reposera con un libro, comiendo alfajores y fumando. Aliarse a la tranquilidad de los pocos empleados del lugar que preparan el restaurant para la cena, los sonidos de los cubiertos en el primer piso, un teléfono, un fax, mi celular sin señal. Las mucamas cambiarán mis sábanas sin necesidad, aplicarán desodorante de ambiente (huelen siempre a un aire de alfombra de hotel)desinfectarán el inodoro y el bidet y depositarán a los pies de la cama, tres toallas de distinto tamaño con perfume a enjuague de lavandería. Veré cómo se va la luz y oscurece el agua de la pileta, cómo me carcome el viento los oídos, y las luces que se van prendiendo en las ventanas y en el lobby de madera. El silencio del campo me invadirá sobre el parque inmenso hasta hacerme levantar de la reposera y caminar por un sendero de piedras entre los grillos y las usapucas pensado qué voy a pedir para comer. Luego caminar el pasillo de mosaicos rojos pasando puertas y números de cuartos (en algunos se oye la televisión) hasta encontrar el que me pertenece, abrir la puerta y hacer un paneo del orden y la pulcritud generalizada, ver a través del balcón por última vez la noche y desembocar dentro de la cama con las medias de llama y el televisor en volúmen bajo programado para apagarse en sesenta minutos.
Trago la pastilla bajo el fluorescente de la cocina. Nico llega en diez minutos a estudiar, el teléfono suena, mi padre llama insistente, el timbre repica. Me sigo preguntando dónde radica el placer de aguantar todo esto.
11 de abril de 2008
Canción popular melodramática / Música de películas/Bandas sonoras
¿Cómo se podría componer una canción melodramática o una escena velóz y engrumecida sobre pequeños altibajos en nuestras vidas?.
Las escenas melodramáticas que siempre vi en peliculas francesas fueron mis preferidas en algún momento, por lo que de ellas extraje ciertas representaciones singulares que luego en mis escritos deformé en varias oportunidades.
Los elementos: *espacio cualquiera en medio del frío intenso o un calor frenético de habitación asfixiante.
*Un encuentro. Dos personas conflictivas en grado exacerbado, irrumpen en el mismo sitio, lo que provoca angustia, aceleración del ritmo cardíaco, ansias de huída o un deseo intenso de permanencia en busca del conflicto (mi madre concentra en demasía este tipo de sucesos). Pero también podrían ser más de dos los personajes que construyan la escena melodramática.
*Cigarrillos. Alcohol o drogas. Prosiguiendo la secuencia u optando por al menos dos de los elementos anteriores.
La canción melodramática se constituye de un poema desesperado, un maremoto de palabras extremas hiladas por el escritor en busca ( a veces vanas y otras, muy pocas, a veces concisas) de un discurso del lamento, es decir, “te amo tanto y en efecto he de desearte de manera tal que nada a mi alrededor puede evaporarse con más rapidéz y exterminio que tu figura”; en otras circunstancias la lírica se posa sobre el mensaje siguiente: “dadas las circunstancias que nos rodean, nosotros dos, o sea, vos y yo, sujetos nocivos uno para el otro, no podemos más que repelernos e insultarnos con poses y con gestos lo suficientemente obscenos como para no volver a vernos nunca más, por mucho tiempo”. La canción melodramática es histérica y excentrica, se busca por un costado mórbido, se trata de interpretar con claridad mental pero finalmente el desenlace es nulo y el verso final enuncia una despedida inevitable: “estás aquí, tan cerca de mí, pero esto no alcanza, podemos mirarnos y respirar el mismo humo de cigarrillo, hasta incluso reírnos del mismo ridículo pero en cuestión de instantes, ya no estarás aquí y a mí, quizás, ni siquiera me importe”.
Lo imposible transcurre en todo el discurso y marca el tiempo de cada estribillo. Un estruendo o un corte abrupto separan una estrofa de la otra. Cuando todo parecer haber acabado, otra estrofa arremete con una intensidad aún más desafiante que la anterior; el bucle ascendente parece no poder esfumarse y el amante, ya sin fuerza, no puede más que continuar desfalleciendo: “no me mires como flechas, anúlame de un golpe seco”. A nada se llega en el melodrama. Es sólo un acto fallido devuelto en otro tiempo, en otra cara, en otra confesión. La reminiscencia de alguna batalla difusa con uno mismo convertida al otro, dirigida a alguien que no sea uno mismo, como un alivio, un modo de olvidarnos. Una tristeza inconclusa que se arrastra a todas partes: “no me devuelvas nada”.
Las escenas melodramáticas que siempre vi en peliculas francesas fueron mis preferidas en algún momento, por lo que de ellas extraje ciertas representaciones singulares que luego en mis escritos deformé en varias oportunidades.
Los elementos: *espacio cualquiera en medio del frío intenso o un calor frenético de habitación asfixiante.
*Un encuentro. Dos personas conflictivas en grado exacerbado, irrumpen en el mismo sitio, lo que provoca angustia, aceleración del ritmo cardíaco, ansias de huída o un deseo intenso de permanencia en busca del conflicto (mi madre concentra en demasía este tipo de sucesos). Pero también podrían ser más de dos los personajes que construyan la escena melodramática.
*Cigarrillos. Alcohol o drogas. Prosiguiendo la secuencia u optando por al menos dos de los elementos anteriores.
La canción melodramática se constituye de un poema desesperado, un maremoto de palabras extremas hiladas por el escritor en busca ( a veces vanas y otras, muy pocas, a veces concisas) de un discurso del lamento, es decir, “te amo tanto y en efecto he de desearte de manera tal que nada a mi alrededor puede evaporarse con más rapidéz y exterminio que tu figura”; en otras circunstancias la lírica se posa sobre el mensaje siguiente: “dadas las circunstancias que nos rodean, nosotros dos, o sea, vos y yo, sujetos nocivos uno para el otro, no podemos más que repelernos e insultarnos con poses y con gestos lo suficientemente obscenos como para no volver a vernos nunca más, por mucho tiempo”. La canción melodramática es histérica y excentrica, se busca por un costado mórbido, se trata de interpretar con claridad mental pero finalmente el desenlace es nulo y el verso final enuncia una despedida inevitable: “estás aquí, tan cerca de mí, pero esto no alcanza, podemos mirarnos y respirar el mismo humo de cigarrillo, hasta incluso reírnos del mismo ridículo pero en cuestión de instantes, ya no estarás aquí y a mí, quizás, ni siquiera me importe”.
Lo imposible transcurre en todo el discurso y marca el tiempo de cada estribillo. Un estruendo o un corte abrupto separan una estrofa de la otra. Cuando todo parecer haber acabado, otra estrofa arremete con una intensidad aún más desafiante que la anterior; el bucle ascendente parece no poder esfumarse y el amante, ya sin fuerza, no puede más que continuar desfalleciendo: “no me mires como flechas, anúlame de un golpe seco”. A nada se llega en el melodrama. Es sólo un acto fallido devuelto en otro tiempo, en otra cara, en otra confesión. La reminiscencia de alguna batalla difusa con uno mismo convertida al otro, dirigida a alguien que no sea uno mismo, como un alivio, un modo de olvidarnos. Una tristeza inconclusa que se arrastra a todas partes: “no me devuelvas nada”.
7 de abril de 2008
el día
El día que la tía caty conoció a toranzo, los vidrios de la casa se convirtieron en translúcidos ventanales por donde podíamos ver los árboles fulgurantes sobre la avenida. El pavimento era una seda caliente que derretía de a poco los neumáticos de los omnibus vacíos de la siesta. Me paraba en el umbral de su cuarto a observar el procedimiento circunspecto que utilizaba para elegir el vestuario (de ella lo aprendí todo, debo admitir). Los ojos se le iban perdiendo sobre una recta que oscilaba de los cajones con ropa interior al botinero, un movimiento leve con escalas breves en el espejo que devolvía alguna postura que la perturbaba por un instante. Con el tiempo usé el método de espolvorear con talco mentolado el aire bajo el cual ella se congelaba unos segundos. Circulaba con premura del baño al cuarto, el segmento más transitado, el eslabón favorito por donde era capáz de trasladarse a oscuras, sin tantear ni tropezarse. Cuando estaba lista para desvestirse, me pedía que mire para abajo. Yo podía escuchar cómo desprendía los ganchos del corpiño mientras se disgustaba o se enfurecía al no poder quitarlos con velocidad. Ese enojo de capricho me irritaba en silencio, un modo bastante insoportable de quejarse por cosas que no valían la pena. Miraba el reloj con miedo y mientras más pasaba el tiempo, la circulación por la casa era cada vez más desesperada. A veces le tenía miedo. Cuando no me daban ganas de observar sus rituales antes de una cita y prefería toquetear los discos del abuelo, me escondía bajo la escalera que unía el living con los cuartos ubicados sobre el piso superior para simular una tienda de discos en la que yo trabajaba de vendedora, y ella pasaba como un rayo fugáz, desnuda y blanca con tijeras y agujas, sollozando palabras. Lloraba como un gato y temblaba, y eso significaba que el pretendiente había cancelado mientras ella estaba iniciando el procedimiento del vestuario. Pero ese día, algo en la casa impecable no parecía oscuro (todo en la casa del abuelo
me era hondo y ennegrecido)algún motivo convertía esos ambientes en sitios reconfortantes. A la tía caty le había pintado la sobriedad y el estilo oligarca. Yo estaba vendiendo discos a cien mil australes mientras ella golpeaba los escalones taconeando casi sobre mi cornilla. El impacto de las pisadas retumbaba bajo la escalera haciéndome salir a mirar lo que llevaba puesto. La figura lánguida interminable como una sombra de ceniza me encandilaba a pesar de sus ropas negras. Parecía estar de luto, me confundía los protocolos (hasta ese momento pensaba que el negro se usaba sólo en los veloríos, luego descubrí que el amor se une estrechamente a la muerte y que a pesar que intentemos ser positivos, enamorarse es un poco perderse). Se había puesto un pantalón de gabardina negro,tiro alto, recto, botas de montar de cuero negro, una camisa (negra) por dentro cortada por un cinturón de carpincho color hueso levemente suelto, aros y cadenita de oro, Rólex de mujer, pelo lacio ondulado en las puntas, fina capa de base, rimel, brillo en los labios.
Una imágen suntuosa fingiendo ser como su madre para conquistar a un hombre que quizás esperaba otra cosa o quizás mi tía era demasiado pícara y le daba a toranzo lo que buscaba.
La tarde transcurrió como todas las tardes de esa época. El silencio en la inmensa casa se instalaba en los ambientes. Un lugar profundo, lleno de escondites. Papá me buscaba para pasar tiempo juntos pero me dejaba en la casa de los abuelos y se iba a dar una mirada al campo y yo quedaba en un jardín perfecto, bordeado de flores de colores surtidos y pétalos exhuberantes frente a una pileta que a veces (para mi mala suerte) estaba vacía, cubierta de hojas y flores que caian de los canteros junto con tierra, bichos y juguetes que tiraban mis primos desde el piso de arriba cuando se hartaban de jugar con ellos. Nunca supe muy bien qué hacer con esa casa. La escalera caracol de hierro a la par de la pileta me dejaba en una terraza desde donde podía estrellarme al sol. Mi papá me contaba que una prima mía era tan consentida que un día le ordenó al padre que la alce hasta tocar la luna. Me paraba en la terraza a mirar el cielo para calcular cómo haría mi prima para tocarla ya que mi papá no me respondía si eso era posible limitándose en cambio, a contar la historia y a callar después. Siempre tuve la duda, pero nunca me animé a pedirle algo por el estilo.
Cuando la tarde se instalaba, para mí era la salvación. El color de las cosas se desinflamaba gradualmente y me avisaba que el estruendo había cesado. Todo luego de la siesta era puro goce y sosiego, me invadía una brisa tibia que convertía mi estado de ánimo en absoluto placer. A las seis de la tarde todo había pasado (la gente vuelve) los ruidos eran más intensos pero los disfrutaba con todos los ojos y todos los oídos, no me alcanzaba la vista para depositar mi comodidad sobre la ciudad entera.
Yo armaba una carpa con sábanas en el living (para sentirme constantemente protegida) mientras se oían las llaves cruzar torpemente la cerradura, con brutalidad y desdén. La tía caty con la cara desfigurada manipulaba una caja de zapatos y se estremecía con asco por culpa de unos movimientos espasmódicos provenientes de la caja que soltaba al aire mientras gritaba que no aguantaba más. Cuando la caja cayó al piso, intenté escapar de entre las sábanas y me tropecé con la mesita ratona rajando los libros de cocina de mi abuela, golpeándome una costilla con la punta de la mesa. La tía me decía que tenga cuidado que "se venía" para mí y yo, golpeada y aturdida intentaba huir de sus gritos cuando desde atrás sentí que algo me arañaba una pantorrilla. Me desmayé.
Mi abuela me levantó suministrándome pelotitas de algodones empapados en agua colonia púrpura. Tenía ese gesto de enojo educado, meneaba la cabeza mientras me apretaba los algodones en la naríz. La tía caty detrás de la abuela, estaba por ahogar a un gatito dentro de un frasco de aceitunas lleno de lavandina. Toranzo la había hecho presenciar el parto de su gata. Al parecer había parido tres gatos ensangretados que caían como caca (según mi tía) mientras la gata chillaba de la misma manera en que ella lo hacía cada vez que un pretendiente le cancelaba la cita, lo digo porque interpretó la escena en una actuación brillante. Se tiraba al piso y reproducía los gestos de la gata y los tonos del maullido. Contaba que toranzo se agachó para mirar precisamente el caudal de sangre y que ella estaba sentada en el patio de su casa comiendo un budín inglés, vestida de oligarca, cuando le bajó la presión al ver que toranzo manipulaba la placenta del animal. La sangre caliente olía a sexo mezclado con la intensidad de la pis gatuna (leche de gata no alimenta, decía mi mamá) y parece que mi tía tuvo un principio de vómito y hasta quizás haya sufrido un cuadro de ansiedad, se le paralizó la cara y sudaba frío sobre la cadenita de oro, todo era presunción, ya que provenía de la descripción minuciosa y un tanto delirante de mi tía, perturbada y enloquecida por la escena que el patético de toranzo la obligó a presenciar. No era patético, era psicópata, decía mi tía.
Lo cierto es que mi tía caty no podía levantar al gatito recién nacido para ahogarlo en el frasco con lavandina, y le suplicaba a mi abuela que lo haga por ella. Mi abuela se negó rotundamente por lo que restaba mi ayuda en medio de esa casa desolada. Acababa de recuperarme de una lipotimia pero sin embargo me incorporé y me acerqué a la tía y al frasco de aceitunas. Me miraba con pavor, lánguida y sin cabales de ningún tipo, temblaba y mientras me acercaba, ella retrocedía como si fuera yo su principal amenaza. No te asustes, le dije, te estoy ayudando. Sentí con mis dedos la pelambre apelmazada del gatito, la tibieza del cuero, cada una de las costillas, el pulso acelerado, la expansión de la sangre transitando por todo el esqueleto, maullaba pero no tenía miedo, seguramente ni percibía qué era lo que iba a sucederle. Mi abuela se encerró en el baño, oí la puerta trancarse. Mi tía, se tapaba los ojos y se estremecía. Miré detenidamente al gato unos instantes, suficiente para atraer a mi cuerpo de imán toda la ira y el odio de la humanidad entera. Lo atrapé y lo hundí en el frasco, y también mi muñeca y mi antebrazo, todos sumergidos y fundidos en el mismo puño apretado, como se aprieta la mandíbula cuando irrumpe el odio en nuestras vidas.
me era hondo y ennegrecido)algún motivo convertía esos ambientes en sitios reconfortantes. A la tía caty le había pintado la sobriedad y el estilo oligarca. Yo estaba vendiendo discos a cien mil australes mientras ella golpeaba los escalones taconeando casi sobre mi cornilla. El impacto de las pisadas retumbaba bajo la escalera haciéndome salir a mirar lo que llevaba puesto. La figura lánguida interminable como una sombra de ceniza me encandilaba a pesar de sus ropas negras. Parecía estar de luto, me confundía los protocolos (hasta ese momento pensaba que el negro se usaba sólo en los veloríos, luego descubrí que el amor se une estrechamente a la muerte y que a pesar que intentemos ser positivos, enamorarse es un poco perderse). Se había puesto un pantalón de gabardina negro,tiro alto, recto, botas de montar de cuero negro, una camisa (negra) por dentro cortada por un cinturón de carpincho color hueso levemente suelto, aros y cadenita de oro, Rólex de mujer, pelo lacio ondulado en las puntas, fina capa de base, rimel, brillo en los labios.
Una imágen suntuosa fingiendo ser como su madre para conquistar a un hombre que quizás esperaba otra cosa o quizás mi tía era demasiado pícara y le daba a toranzo lo que buscaba.
La tarde transcurrió como todas las tardes de esa época. El silencio en la inmensa casa se instalaba en los ambientes. Un lugar profundo, lleno de escondites. Papá me buscaba para pasar tiempo juntos pero me dejaba en la casa de los abuelos y se iba a dar una mirada al campo y yo quedaba en un jardín perfecto, bordeado de flores de colores surtidos y pétalos exhuberantes frente a una pileta que a veces (para mi mala suerte) estaba vacía, cubierta de hojas y flores que caian de los canteros junto con tierra, bichos y juguetes que tiraban mis primos desde el piso de arriba cuando se hartaban de jugar con ellos. Nunca supe muy bien qué hacer con esa casa. La escalera caracol de hierro a la par de la pileta me dejaba en una terraza desde donde podía estrellarme al sol. Mi papá me contaba que una prima mía era tan consentida que un día le ordenó al padre que la alce hasta tocar la luna. Me paraba en la terraza a mirar el cielo para calcular cómo haría mi prima para tocarla ya que mi papá no me respondía si eso era posible limitándose en cambio, a contar la historia y a callar después. Siempre tuve la duda, pero nunca me animé a pedirle algo por el estilo.
Cuando la tarde se instalaba, para mí era la salvación. El color de las cosas se desinflamaba gradualmente y me avisaba que el estruendo había cesado. Todo luego de la siesta era puro goce y sosiego, me invadía una brisa tibia que convertía mi estado de ánimo en absoluto placer. A las seis de la tarde todo había pasado (la gente vuelve) los ruidos eran más intensos pero los disfrutaba con todos los ojos y todos los oídos, no me alcanzaba la vista para depositar mi comodidad sobre la ciudad entera.
Yo armaba una carpa con sábanas en el living (para sentirme constantemente protegida) mientras se oían las llaves cruzar torpemente la cerradura, con brutalidad y desdén. La tía caty con la cara desfigurada manipulaba una caja de zapatos y se estremecía con asco por culpa de unos movimientos espasmódicos provenientes de la caja que soltaba al aire mientras gritaba que no aguantaba más. Cuando la caja cayó al piso, intenté escapar de entre las sábanas y me tropecé con la mesita ratona rajando los libros de cocina de mi abuela, golpeándome una costilla con la punta de la mesa. La tía me decía que tenga cuidado que "se venía" para mí y yo, golpeada y aturdida intentaba huir de sus gritos cuando desde atrás sentí que algo me arañaba una pantorrilla. Me desmayé.
Mi abuela me levantó suministrándome pelotitas de algodones empapados en agua colonia púrpura. Tenía ese gesto de enojo educado, meneaba la cabeza mientras me apretaba los algodones en la naríz. La tía caty detrás de la abuela, estaba por ahogar a un gatito dentro de un frasco de aceitunas lleno de lavandina. Toranzo la había hecho presenciar el parto de su gata. Al parecer había parido tres gatos ensangretados que caían como caca (según mi tía) mientras la gata chillaba de la misma manera en que ella lo hacía cada vez que un pretendiente le cancelaba la cita, lo digo porque interpretó la escena en una actuación brillante. Se tiraba al piso y reproducía los gestos de la gata y los tonos del maullido. Contaba que toranzo se agachó para mirar precisamente el caudal de sangre y que ella estaba sentada en el patio de su casa comiendo un budín inglés, vestida de oligarca, cuando le bajó la presión al ver que toranzo manipulaba la placenta del animal. La sangre caliente olía a sexo mezclado con la intensidad de la pis gatuna (leche de gata no alimenta, decía mi mamá) y parece que mi tía tuvo un principio de vómito y hasta quizás haya sufrido un cuadro de ansiedad, se le paralizó la cara y sudaba frío sobre la cadenita de oro, todo era presunción, ya que provenía de la descripción minuciosa y un tanto delirante de mi tía, perturbada y enloquecida por la escena que el patético de toranzo la obligó a presenciar. No era patético, era psicópata, decía mi tía.
Lo cierto es que mi tía caty no podía levantar al gatito recién nacido para ahogarlo en el frasco con lavandina, y le suplicaba a mi abuela que lo haga por ella. Mi abuela se negó rotundamente por lo que restaba mi ayuda en medio de esa casa desolada. Acababa de recuperarme de una lipotimia pero sin embargo me incorporé y me acerqué a la tía y al frasco de aceitunas. Me miraba con pavor, lánguida y sin cabales de ningún tipo, temblaba y mientras me acercaba, ella retrocedía como si fuera yo su principal amenaza. No te asustes, le dije, te estoy ayudando. Sentí con mis dedos la pelambre apelmazada del gatito, la tibieza del cuero, cada una de las costillas, el pulso acelerado, la expansión de la sangre transitando por todo el esqueleto, maullaba pero no tenía miedo, seguramente ni percibía qué era lo que iba a sucederle. Mi abuela se encerró en el baño, oí la puerta trancarse. Mi tía, se tapaba los ojos y se estremecía. Miré detenidamente al gato unos instantes, suficiente para atraer a mi cuerpo de imán toda la ira y el odio de la humanidad entera. Lo atrapé y lo hundí en el frasco, y también mi muñeca y mi antebrazo, todos sumergidos y fundidos en el mismo puño apretado, como se aprieta la mandíbula cuando irrumpe el odio en nuestras vidas.
1 de abril de 2008
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