20 de diciembre de 2007

Creo que no quiero sobresaltos
Eso de ver el túnel un ratito y después volver. Me niego a ser como el periodista ese que murió hace unos días, finalmente, luego de haber visto 15 túneles falsos y de haber charlado con vírgenes de diferentes nacionalidades. Porque después, inevitablemente, tendré que asumir la tarea de escribir libros expuestos en farmacias y en salas velatorias. Al principio presumen que estás demente pero luego cuando describís la superficie del túnel y el caudal de luz ante un tribunal de resucitados, te hacen un fondo de ojo, un análisis psiquiátrico y un reportaje para canal 9; acto seguido, te llaman de Dunken para que edites un libro con el arte de tapa que vos quieras o te lo diseñan ellos, full color y con muchos rayos de luz sobre un hombre con los brazos abiertos. Quizás sea la mejor manera de vender libros a 15 pesos y la puerta de acceso a la tapa de la revista Nueva. Pero también me van a prohibir el cigarrillo, las grasas saturadas, me van a obligar a hacer caminatas por el parque de la salud y me aconsejarán con tono imperativo un fin de semana con los monjes del Siambón. Me introducirán un catéter y me darán instrucciones sobre cómo tener sexo sin agitaciones; acostada sobre el colchón, en posición pasiva, sin movimientos bruscos o tal vez la alternativa del sexo tántrico por medio del cual podré acabar 8 veces seguidas en una hora ante la agazapada mirada del profesor de yoga munido de un cronómetro y una jarra de agua con azúcar por si nos baja la presión en medio de la quietud.
Lo que quiero decir es lo siguiente: si me muero, quiero que sea un suceso épico, es decir, que un enemigo acérrimo me clave una puñalada en la fila de un hipermercado, dejándome sin posibilidades de revivir. Una muerte certera. Pero por momentos me arrepiento del desenlace y se me ocurre que sería aún más torpe el siguiente mecanismo: luego del casamiento perfecto, o sea, luego de una luna de miel en Cancún o las Bahamas y de estrenar un departamento con 4 habitaciones (matrimonio, cuarto para niños, cuarto para niñas, cuarto para las niñeras) cargos con elevados sueldos y un auto con dirección hidráulica y aire acondicionado, mi marido se compra un cd de Ricardo Montaner; cuando nos detenemos en un semáforo, hace un ademán para introducirlo en el equipo; yo le pregunto qué está haciendo y contesta que como no hablamos hace cinco cuadras, que como ya no tenemos diálogo últimamente, que como ya no le doy ni un beso en la oreja hace dos semanas, que como ya no quiero hablar por teléfono con la madre, que como no sé nada de su vida hace como un mes pero que sin embargo todas las mañanas él da dos golpecitos a la puerta del baño y me pregunta si estoy bien y a mí eso no me interesa un rábano, que entonces iba a escuchar Montaner para acordarse de mí cuando me conoció y me preguntó al oído si estaba sola y yo le dije que no pero que podía solucionarlo. Leopoldo es un egoísta que invierte la carga de la prueba castigándome con boleros versionados por Ricardo Montaner. No le contesté ni una palabra y me bajé del auto sin mirar.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

claro, una muerte significativa, con aire tragico, no la tipica muerte lenta, pero para eso tambien hay que vivir acorde a...,¿querrá el personaje una vida sin sobresaltos?

Dalai irma dijo...

eso es lo que dice al menos...

Farber dijo...

iluminada y eterna
enfurecida y traquila
sobre una alfombra de hierba ibas volando dormida