14 de marzo de 2007

No comerás de la tentación

Los manjares se presentan ante mi, sádicos.
Como una autentica tentación bíblica, me atasco en un combate en el que la vista me juega en contra y apenas el desfile de comidas irrumpe, titubeo y la saliva brota con avidez como si me conviertiera en puro animal.
Estoy en un brete.
Al principio eran exclusivamente los dulces, especialmente después de la comida salada. Antes de terminar el ultimo bocado ya estaba pensando cual sería la golosina que compraría. De inmediato corría en su búsqueda y si no la encontraba, caminaba todo lo necesario hasta entrar al kiosco indicado. Tuve un especifico romance con las facturas de hojaldre y crema pastelera bañadas en almíbar, romance costoso no por su precio sino porque solamente la vendían en una sola panadería, por lo tanto mi deseo dependía exclusivamente de las ganas del maestro panadero. A veces se agotaban por la mañana en una sola tirada entonces me quedaba con abstinencia por el resto del día que se volvía lento y tedioso.
La semana pasada estuve dedicada casi de lleno a su rastrillaje.
Las buscaba desde la mañana hasta entrada la tarde y la panadera me hacia un gesto de negativa ya sin emitir palabra.
En represalia a la ausencia de las facturas me compraba dos Titas y dos Rhodesias que deglutía sin pausa y despechada.
Lo peor ocurrió cuando el lunes pasado sufrí un inminente ataque al hígado que me tiró a la cama con un té y un paquete de galletitas de agua, arroz sin siquiera una pizca de manteca y Seven Up con limón y un poco de hielo.
Mi vida era una tira blanda y aplastada, larga y enredada.
No tuve sentido durante una semana, levantarme con un vaso de agua y un Sertal y de vuelta la dieta de moribundo. Por las siestas extrañaba los chocolates de la misma forma con la que se extraña al amante perdido. Tirada en la cama, dormía para suplir la ausencia de los azucares. Pero como uno se acostumbra hasta a las peores condiciones de vida, yo terminé deseando el té con galletitas de agua. Tanto, que me comía casi un paquete por día.
Cuando percibí que el hígado estaba reponiéndose, me miré en el espejo y noté que la panza estaba bajando su volumen, que cuando me sentaba ya no me molestaba la grasa del estómago y que la ropa me sentaba mucho mejor, entonces me alegré, (tímidamente) y me prometí hacerle frente a los demonios que hacen su aparición donde sea que esté.
Mi cuerpo no es el mismo desde que las dejé, o los dejé.
Soy una sombra miedosa que mira de reojo los kioscos y las propagandas de gente que se relame y traga golosinas con envoltorios atractivos y ruidosos.
Mi amante exiliado de mí, se encarga de hacerme saber que algo me ha dejado de recuerdo.
Yo me acuesto y muerdo las sábanas y se me pasan por la memoria las imágenes de los alfajores Terrabussi que me pierden, las facturas de hojaldre, los helados, la ultima vez que me negué a la debilidad de la carne ( hace una hora pasé por un freezer con helados y estuve a punto, a punto).
Esta noche estoy pensando seriamente en largar todo al carajo y asaltar un kiosco. pero me avisan que el domingo tenemos una comida familiar y que vamos a comer panzottis, que van a llevar crema de leche y que también va a haber vino, mi vinito compinche que no pude tomar el sábado porque me dolía lo profundo del estómago entonces me entristecí y ya la conversación con mis amigos y las luces de la noche y la gente que llegaba, ya todo eso era melancolía sin ti, mi vino.
Si vamos a comer pastas el domingo, dije, me guardo mi voracidad para llegar a punto caramelo.
Entonces digo “caramelo” y la saliva me bulle.

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